Religión y magia. Claves para su distinción


Cuestiones interesantes sobre la relación entre fe y cultura se pueden encontrar en el Blog http://culturayfe.wordpress.com/ en el que colaboro y en el que se encuentra una versión prácticamente idéntica de este mismo artículo (pero también muchos otros de otros colaboradores). Os lo recomiendo.

1. Una confusión frecuente

Existe una confusión frecuente, no sólo entre personas carentes de fe y de una elemental formación religiosa, sino también entre creyentes practicantes, que consiste en considerar como pertenecientes a la esfera religiosa fenómenos como la magia, la adivinación, el espiritismo, etc, que son perfectamente ajenos, incluso contrarios a la verdadera religiosidad. El hecho de que esos fenómenos tengan que ver con realidades invisibles, misteriosas o ajenas a la vida cotidiana hace que muchos los sitúen dentro de la esfera propia de la experiencia religiosa. Para esas personas, la relación de fe con Dios y la que se establece en la adivinación son del mismo género; y la misma equiparación se da entre, por ejemplo, un acto de oración y un conjuro mágico, entre un signo sacramental y un amuleto. Esta confusión, de por sí muy grave, incluso en el plano meramente teórico, hace que para muchos no creyentes (o personas sencillamente ajenas al universo religioso y además carentes de una elemental información al respecto) sea imposible distinguir entre un charlatán y un verdadero profeta, entre un vidente y un sacerdote, entre un lunático y un místico. Pero, además, y esto es muchísimo más grave, hace que sean no pocos los creyentes que consideren compatible la fe en Dios y la confianza en el horóscopo, la participación en los sacramentos y en prácticas espiritistas, la confesión y la consulta a adivinos, la creencia en la resurrección de la carne y en la reencarnación; o, bien, que confundan el amor cristiano con energía positiva o el pecado y su responsabilidad personal con algún flujo cósmico de energía negativa.

iglesia-en-febrero-208-2Es fundamental que los cristianos entiendan (y los que no lo son distingan al menos teóricamente) la diferencia esencial entre la verdadera fe religiosa y toda forma de magia, adivinación o espiritismo, así como entre la cosmovisión que deriva del cristianismo y su conjunto de valores, y la propia de corrientes como la New Age y otras formas de gnosticismo.

No es simplemente una cuestión de diferencias entre contenidos pertenecientes a una misma dirección del espíritu humano, sino de direcciones diametralmente opuestas del mismo humano, que excluye toda forma de compatibilidad entre ellas, hasta el punto de que la afirmación de una conlleva necesariamente la renuncia más radical a la otra; y de modo también que todo intento de compatibilizarlas en la práctica de la propia vida conduce a una contradicción vital, a una especie de esquizofrenia del espíritu de quien así actúa, que puede tener graves consecuencias para su vida cristiana y para su desarrollo personal.

En lo que sigue trataremos de ofrecer unas pocas pero claras pautas que ayuden a establecer con nitidez esta distinción e incompatibilidad. Creemos que esto puede ser útil para educadores y catequistas, y también para todos aquellos que se sienten tentados por estas prácticas ligadas al espiritismo, el ocultismo, la astrología, etc., que englobamos genéricamente en el término magia.

 

2. Trascendencia e inmanencia

El primer punto de diferencia se encuentra en la dirección del espíritu humano en uno y otro caso. En la actitud religiosa el espíritu se dirige a la trascendencia, a un mundo divino que se encuentra más allá del mundo en el que vivimos. El carácter invisible de este mundo trascendente se debe precisamente a su radical diferencia con el de nuestra experiencia cotidiana. Esta trascendencia implica, por un lado, que se trata de un mundo inaccesible para nosotros: desde luego, para nuestros sentidos, pero también para nuestra razón, que no puede atrapar en conceptos totalmente adecuados la realidad superior y trascendente. Pero, por otro lado, que sea un mundo trascendente y superior no significa que se trate de algo (o, mejor, Alguien) totalmente ajeno y extraño a nuestra experiencia cotidiana. Si así fuera, ¿qué podría llevar al hombre a buscar elevar su espíritu a la trascendencia divina? El ser humano busca a Dios, y busca en Él el fundamento firme y originario, y el sentido pleno y último que no puede encontrar en este mundo limitado, mudable y contingente. Es decir, la divinidad se le revela en su trascendencia como la fuente de Ser, de Bien y de Sentido. Y la paradoja de que la trascendencia divina con la que se busca contacto le sea inaccesible se resuelve considerando que es la misma divinidad la que se adelanta a revelarse al hombre. Esta iniciativa de la divinidad es un rasgo esencial de toda experiencia religiosa, como señala la fenomenología de la religión, y no sólo en las llamadas “religiones positivas” (como el cristianismo, el judaísmo o el Islam), sino también en las llamadas “religiones naturales”, en las que la revelación de la divinidad se realiza por la mediación de los fenómenos naturales.

La magia busca una finalidad muy distinta: se trata aquí de establecer contacto por iniciativa humana con dimensiones (fuerzas, espíritus, entidades) invisibles pero inmanentes, es decir, pertenecientes a nuestro mundo. Nuestro mundo, de hecho, es un conjunto de fenómenos que muestran su cara externa, pero ocultan a nuestra mirada numerosas dimensiones, tal vez las más decisivas. La ciencia misma, en el fondo, consiste en explicar lo evidente (por ejemplo, el fenómeno del movimiento) por medio de lo no evidente (por ejemplo, por el concepto de fuerza). En la ciencia este intento explicativo está sometido férreamente al control experimental, que es una forma específica del control racional (la otra forma básica de este control racional es la coherencia lógica). Pero si se supone que existen otras fuerzas ocultas que, por múltiples causas, escapan a esa forma de control propia de la ciencia, el ser humano puede tratar de buscar contacto con ellas y de controlarlas (para usarlas en su beneficio o en beneficio o perjuicio de otros) por medios ajenos al espíritu científico, pero basados en otro género de técnicas, conocidas por personas dotadas de ciertos poderes sobre aquellas fuerzas, o bien aprendidas de un modo u otro. Esto último, la actitud técnica, determina la segunda diferencia esencial entre la religión y la magia.

 

3. Fe y técnica

La forma típica de la relación con Dios es la fe, que es la esencia misma de la relación interpersonal. La relación interpersonal consiste en la comunicación con un tú, cuyo núcleo personal permanece invisible e inaccesible para el otro. Sus pensamientos, sus sentimientos, su mundo interior que le identifica como persona se hace accesible al otro sólo si él mismo decide manifestarlo con palabras, gestos, acciones, etc., que son la revelación de eso mundo interior. Y el que acoge esta revelación debe creer que estas manifestaciones externas corresponden con el mundo personal de quien así se expresa, esto es, ha de confiar en él y en sus expresiones. La fe es ante todo confianza. No es una confianza ciega, puesto que existen las manifestaciones del mundo interior del otro; pero tampoco es una evidencia plena, como en los hechos planos y desnudos de la física, pues hay algo del otro que queda oculto a mi mirada (como parte de mí queda oculto a la mirada de los demás).

En la fe religiosa nos abrimos en confianza a la revelación que el Dios invisible hace de sí en los signos sacramentales de su Ser, su Poder y su Bondad: se revela en la naturaleza como Creador y en la historia como Señor y Salvador; así Dios se expresa por medio de la creación y de acontecimientos históricos, a través de santos y profetas, y de modo definitivo y perfecto en la encarnación de su Verbo (su expresión perfecta, que es Él mismo), en el Dios-hombre, Jesucristo. Se trata de expresiones y signos creíbles, dignos de confianza, pero no absolutamente evidentes precisamente porque llaman a una relación interpersonal: dejan un espacio a nuestra libertad, respetando la posibilidad de que el hombre rechace la oferta que Dios le hace y que Él nos dirige sin aplastarnos con su presencia. Además, no pueden ser absolutamente evidentes porque el Dios trascendente no se agota en ninguna de sus manifestaciones visibles.

vuduEn la magia la actitud básica no es la fe (la acogida confiada del otro), sino la técnica, que es la forma básica de relación con las cosas, la relación de manipulación y dominio. Y aquí se trata, en efecto, de que, por medio ciertos medios de carácter técnico, aunque carentes de toda base racional o científica, el (supuesto o real) lado oculto de este mundo se vea obligado a mostrarnos su secreto. Se trata, por tanto, de manipular ese mundo para dominarlo y ponerlo a nuestro servicio, independientemente de que los fines perseguidos con esas técnicas se consideren benéficos o malignos. Al no tratarse de una relación interpersonal, sino meramente técnica (cósica), no cabe aquí la exigencia de respeto a la libertad del otro, sino que se trata sencillamente de obtener información para dominar y alcanzar poder. Y con ello enlazamos ya con el tercer criterio de discernimiento entre la religión y la magia.

 

4. Exigencia moral y promesa de satisfacción

La genuina religiosidad siempre ha estado ligada con la exigencia moral. Es verdad que existen formas primitivas de religión en las que la fe y la magia se mezclan y confunden, pero con el progreso de la conciencia religiosa estas actitudes se van distinguiendo progresivamente hasta resultar incompatibles. De ahí la prohibición severa en el Antiguo Testamento de todo género de adivinación, magia o invocación de los muertos (cf. Lv 19, 31; 20, 6. 27; Dt 18, 11; 1 S 28, 3).

La depuración de la religión lleva, sobre todo con los profetas, a identificar el verdadero culto a Dios con las exigencias morales de la justicia y el derecho, la atención a los pobres y desvalidos (cf. por ejemplo, Is 1,11-17; Os 6,6; 8,13; Am 5,22; Zac 7,10 y muchísimos otros textos que podrían aducirse).

Esto supone que la genuina religiosidad conlleva con frecuencia la exigencia moral de renunciar a la satisfacción inmediata, incluso en ocasiones de necesidades legítimas, en nombre del bien, la justicia y la ayuda a los necesitados, a los que se encuentran en una situación peor que la nuestra. Es decir, la religión, pese a su promesa de un consuelo futuro, conlleva la ascética que no promete satisfacciones inmediatas, sino que impone renuncias, desde luego a toda forma de mal, pero también a bienes legítimos, que, en su forma extrema, puede comportar el sacrificio de la propia vida.

Paradójicamente, esta exigencia moral libera al hombre de la esclavitud de las necesidades inferiores y fortalece su espíritu, abriéndole a valores siempre más altos y trascendentes. Por ello, la expresión más alta de esta exigencia, incluso desde el punto de vista moral, es la cruz de Jesucristo, que al morir, nos dio la vida nueva de la resurrección.

La magia, su actitud técnica y su búsqueda de poder están dirigidas en sentido contrario: por el deseo de satisfacción inmediata. Quien acude a la magia lo hace guiado por el deseo de asegurarse el éxito en algún campo concreto: dinero, salud física o, en el peor de los casos,  vengarse o hacer mal a quien considera sus enemigos. En el caso de buscar bienes considerados legítimos (como salud o éxito en algo), no se trata de suplicarlos a Dios en la oración, con la disposición a aceptar en todo caso su voluntad y de hacer todo lo humana y legítimamente posible para alcanzar esos bienes, sino que se trata de asegurárselos de manera automática y prácticamente sin esfuerzo por su parte. Es decir, está completamente ausente la exigencia moral.

Aquí se da la paradoja inversa que en el caso de la genuina religión: los que buscan así una satisfacción inmediata de modo técnico y sin esfuerzo, se someten de este modo a sus inclinaciones inferiores y, con ello mismo, se hacen siervos de ellas, con lo que pierden su libertad de espíritu, la propia de un ser dotado de dignidad personal. Por otro lado, es posible que en algún caso se obtenga algo de lo que se busca, pero es altamente dudoso que esos beneficios puedan asegurarse por caminos tan poco fiables, y, tanto si se obtienen como si no, lo que es seguro es que el precio personal, moral y religioso que quien recurre a estos métodos tiene que pagar es muchísimo más alto que los beneficios que espera conseguir.

 

5. Gracia y poder

Con esto llegamos al final de nuestra búsqueda de discernimiento entre religión y magia.

En la primera el hombre se diviniza en la relación con Dios por la gracia que Él le concede: el hombre se abre desde su libertad limitada al Dios del amor y que es fuente de su libertad, y lo hace mediante la oración: la súplica, la alabanza y la adoración; y mediante la proyección de esta oración en la relación con el mundo y especialmente con los otros seres humanos, en el espíritu del amor, el perdón y el servicio.

En la magia el hombre busca saber y poder para dominar, para afirmarse a sí mismo, para ordenar a la realidad que se pliegue a sus propios deseos. Es decir, al reducir la vida espiritual y las dimensiones invisibles de la vida (pero no a Dios, que es inalcanzable) a una mera técnica, con la idea de que quien la usa dispone ya del poder y del saber, el hombre cae en la tentación fundamental de ser él mismo dios para sí mismo y para los demás. Con ello niega su condición de criatura y se encamina a su propia perdición.

A esta luz podemos entender con toda su fuerza y plenitud las palabras de Jesús: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?” (Lc 9, 24-25); y estas otras: “Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición…; mas ¡que estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!” (Mt 7, 13-14).

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Una respuesta to “Religión y magia. Claves para su distinción”

  1. JULIO Says:

    Hola,me llamo Julio y soy del Norte de España.
    Un nigromante que pertenece a una secta de amplio seguimiento social a destruído mi vida con esas malas artes así que puedo decir con conocimiento de causa que el hombre como ser sumamente inferior que es, no debería de tener tal poder,posiblemente la inundación universal fue fruto de un abuso de esas fuerzas,ahora cualquier desgraciado se dedica a manipular al semejante por dinero sexo o poder,ya no se respeta nada,así que el camino que tomando por la humanidad va a ir a parar a la involución en pocas décadas, es algo inevitable.
    No estaría de más que volviera la Santa Inquisición y llevara a la hoguera a todos esos nigromantes manipuladores que nos están llevando por los caminos del odio el racismo y el triunfo del materialismo más aberrante.SALU2

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